Un monolito que revela la cosmovisión, el poder político y los misterios astronómicos de una de las civilizaciones más avanzadas de Mesoamérica
México. La Piedra del Sol, conocida popularmente como el "Calendario Azteca", es uno de los artefactos más icónicos y estudiados de la cultura mexica y, por extensión, del mundo prehispánico mesoamericano. Este monolito, tallado en basalto, refleja no solo una sofisticada comprensión del tiempo y el cosmos, sino también la profunda cosmovisión religiosa y política de los mexicas. Su descubrimiento marcó un hito en la arqueología mexicana, despertando un interés global por el legado precolombino.
Fue descubierta el 17 de diciembre de 1790 durante excavaciones en la Plaza Mayor de la Ciudad de México, cerca de la Catedral Metropolitana. Aunque inicialmente se interpretó como un calendario debido a los motivos calendáricos presentes en su diseño, estudios posteriores han revelado una función más compleja y multifacética. Se cree que fue tallada durante el gobierno del tlatoani Axayácatl (1469-1481), aunque algunos investigadores sugieren que pudo haberse concluido o utilizado en el periodo de Moctezuma II. Su probable ubicación original en el recinto del Templo Mayor refuerza su vinculación con rituales religiosos y observaciones astronómicas.
La Piedra del Sol mide aproximadamente 3.6 metros de diámetro, 1.22 metros de grosor y pesa cerca de 24 toneladas. Tallada en basalto de olivino, una roca volcánica posiblemente extraída del Cerro de la Estrella u otra fuente en el Valle de México, su monumentalidad es testimonio de la habilidad técnica de los escultores mexicas, quienes lograron intrincados detalles mediante herramientas de obsidiana y arena. Estas características físicas, junto con su ubicación en el espacio ceremonial, subrayan su importancia como objeto central en la vida religiosa y política de Tenochtitlán.
El monolito es un compendio visual de la cosmovisión mexica. En su centro se encuentra Tonatiuh, el dios solar, cuyo rostro está rodeado por cuatro rectángulos que simbolizan las eras previas al mundo actual, cada una terminada en una catástrofe: jaguares, viento, lluvia de fuego y agua. Tonatiuh porta un cuchillo de sacrificio en la lengua, enfatizando la necesidad de sacrificios humanos para mantener el equilibrio cósmico. Alrededor, anillos con glifos representan los días del Tonalpohualli, el calendario sagrado de 260 días. Los rayos solares y las serpientes de fuego, conocidas como Xiuhcoatl, enmarcan esta compleja representación cosmológica.
Aunque se le denomina "Calendario Azteca", su función probablemente iba más allá de la medición del tiempo. Su diseño multifacético sugiere roles rituales, pedagógicos y políticos. Como plataforma para sacrificios, habría contribuido a mantener el equilibrio universal según la cosmovisión mexica. Además, pudo servir como una herramienta didáctica para explicar su concepción del mundo y reforzar la legitimidad del imperio ante sus súbditos. Su prominencia en el espacio público subrayaba su mensaje político y religioso.
Desde su descubrimiento, la Piedra del Sol ha inspirado innumerables investigaciones. Académicos como Eduard Seler y Alfonso Caso han explorado su simbolismo mitológico y astronómico, mientras que enfoques recientes la interpretan como un "mapa cosmogramático" que sintetiza las interacciones entre las fuerzas celestiales y terrestres. Estas interpretaciones han enriquecido nuestra comprensión de los mexicas y su visión del universo.
Hoy, la Piedra del Sol se exhibe en el Museo Nacional de Antropología de la Ciudad de México, donde continúa siendo un emblema de identidad cultural. Más allá de su valor histórico, simboliza la conexión entre humanidad, naturaleza y cosmos, invitándonos a reflexionar sobre las profundas raíces del pensamiento mesoamericano. Es, sin duda, un legado imperecedero que sigue fascinando a generaciones y reafirmando la grandeza de la civilización mexica.