Fotografía: Alonso Monge
Más allá del ritual católico, las cofradías indígenas funcionaron como refugios simbólicos de identidad, donde los pueblos originarios del Pacífico costarricense tejieron resistencia cultural bajo vigilancia colonial.
Fotografía: Alonso Monge
Guanacaste. Las cofradías indígenas fueron organizaciones religiosas creadas durante la época colonial, con el propósito oficial de fomentar la devoción católica entre las comunidades indígenas y como espacio para la conservación de valores propios, culturales y espirituales, como una estructura para mantener su cosmovisión originaria.
Funcionaban como asociaciones de fieles dedicadas a santos específicos, organizaban fiestas religiosas, procesiones, mantenían templos y recolectaban bienes para financiar sus actividades. Sin embargo, más allá de esta función aparente, las cofradías también se convirtieron en espacios donde los pueblos originarios negociaron, resistieron y transformaron sus tradiciones dentro de un nuevo marco religioso impuesto por los colonizadores.
Las cofradías estaban formadas principalmente por indígenas locales. En ellas existían distintos cargos, asumidos por miembros de las comunidades, generalmente por periodos anuales. Aunque la Iglesia (particularmente los sacerdotes doctrineros) supervisaba las actividades, eran los propios indígenas quienes organizaban y sostenían el funcionamiento cotidiano. Estos roles conferían prestigio dentro de la comunidad y generaban vínculos de colaboración, reciprocidad y control social.
En Nicoya, las cofradías comenzaron a organizarse formalmente en el siglo XVII, durante la consolidación del sistema colonial en la región. Su apogeo se dio entre los siglos XVII y XIX, aunque algunas sobrevivien al día de hoy. Su duración y evolución dependieron de factores como la resistencia de las comunidades, la presión del clero, las políticas estatales de “modernización” (especialmente en el siglo XIX), y los procesos de mestizaje e invisibilización indígena.
En el caso particular de Nicoya, las cofradías indígenas operaron en los antiguos pueblos indígenas establecidos por los españoles: Nicoya, Mansión, Matambú, Nambí, y otros sitios cercanos. La península de Nicoya fue uno de los centros indígenas más importantes del Pacífico centroamericano y, por lo tanto, también fue uno de los espacios donde el modelo cofradial tuvo una presencia más marcada. Allí las cofradías se encargaban de las fiestas de santos patronos como San Blas, Santiago Apóstol, la Virgen del Carmen, entre otros, que muchas veces sustituyeron rituales indígenas antiguos ligados al calendario agrícola.
El propósito oficial de las cofradías era facilitar la conversión religiosa de los indígenas al catolicismo y mantenerlos dentro de una estructura organizada y vigilada. Para la Iglesia, era una forma efectiva de disciplinar, fiscalizar y “civilizar” a la población indígena. Para la Corona española, las cofradías servían también como mecanismos de control social y económico.
Pero desde la perspectiva indígena, estas asociaciones fueron también un refugio simbólico: una forma de ocultar, transformar o resignificar prácticas culturales ancestrales bajo la apariencia de rituales cristianos. Por ejemplo, muchas danzas o comidas tradicionales persistieron dentro de las fiestas patronales; sitios sagrados prehispánicos se transformaron en ermitas; y algunas deidades fueron sincretizadas con santos católicos. Con el tiempo, sin embargo, la asimilación cultural fue avanzando y muchas cofradías perdieron su raíz indígena, convirtiéndose en organizaciones puramente católicas o desapareciendo por completo.
Fotografía: Alonso Monge
Fotografía: Alonso Monge
Durante el periodo colonial, las cofradías indígenas surgieron como una de las herramientas más eficaces de la Corona española y la Iglesia católica para reorganizar la vida espiritual y social de los pueblos originarios. Lejos de ser estructuras meramente religiosas, estas organizaciones funcionaron como un engranaje complejo de control y, a la vez, como espacios donde se tejieron formas sutiles de resistencia. En la región de Nicoya, territorio históricamente habitado por pueblos chorotegas, las cofradías representaron una etapa crucial en el proceso de transformación cultural que aún hoy tiene resonancias.
Previo a la colonización, las comunidades de la península de Nicoya contaban con una rica estructura social, política y espiritual. Su cosmovisión incluía deidades vinculadas con la lluvia, la fertilidad, los ciclos agrícolas y el orden natural. Estas creencias estaban íntimamente entrelazadas con los sitios ceremoniales, las montañas y las cuevas, que servían como lugares sagrados de encuentro y renovación simbólica. Los cronistas del siglo XVI registraron la existencia de rituales complejos, cantos ceremoniales, uso de cerámica ritual y estructuras comunales bien organizadas.
La instauración de las cofradías tuvo lugar a partir del siglo XVII. Según la lógica oficial, su finalidad era facilitar la cristianización de las poblaciones indígenas mediante la organización de festividades, la construcción de capillas y la enseñanza de los valores católicos. Estas asociaciones estaban compuestas por indígenas, quienes asumían cargos como mayordomos o tesoreros, pero operaban bajo la estricta vigilancia del clero. Con el tiempo, las cofradías llegaron a ser también actores económicos, al poseer tierras comunales o pequeños capitales, que eran utilizados para sostener sus actividades religiosas.
Sin embargo, bajo esta estructura impuesta, las comunidades encontraron resquicios para preservar parte de su identidad. Se dio un proceso de sincretismo religioso mediante el cual elementos prehispánicos fueron incorporados, transformados o camuflados dentro de las nuevas prácticas. Deidades antiguas fueron asociadas con santos cristianos; fechas ceremoniales se alinearon con el calendario litúrgico; y los lugares sagrados fueron convertidos en ermitas o puntos de peregrinación cristiana. Las danzas, cantos y comidas tradicionales continuaron, pero ahora bajo el ropaje de la religiosidad impuesta. Esta adaptación no fue sumisión pura: fue una estrategia de supervivencia cultural.
No obstante, la presión evangelizadora y la lógica colonial impusieron un rumbo claro: la progresiva desactivación de la memoria indígena. Con el paso de las generaciones, el castellano reemplazó las lenguas originarias en los rituales y en la vida cotidiana. Las historias míticas y los relatos fundacionales fueron sustituidos por narraciones bíblicas. La Iglesia promovía la devoción a figuras católicas como la Virgen del Carmen o Santiago Apóstol, diluyendo las antiguas liturgias agrarias. Así, las cofradías, que en sus primeros momentos funcionaron como espacios híbridos, se convirtieron paulatinamente en instrumentos de borramiento cultural. Una vez que las prácticas indígenas fueron absorbidas o neutralizadas, muchas cofradías perdieron su razón de ser y desaparecieron.
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Archivo Nacional de Costa Rica (ANCR), Sección Colonial.
Archivo Histórico Arquidiocesano de San José.
Sistema de Bibliotecas, Documentación e Información (SIBDI), Universidad de Costa Rica.
UNESCO – Patrimonio Cultural Inmaterial.
Museo Nacional de Costa Rica – Departamento de Antropología.